Evita, el Che y Santucho
Entre El culto y el miedo a los muertos.
Por Juan Carlos Martínez
En todas las culturas y religiones el culto a los muertos nace con la propia historia del hombre. De la misma manera que se rinde culto a los que dejan el mundo de los vivos a través de los más variados ritos, el miedo a los muertos es un karma que suele rondar como fantasma por determinadas mentes humanas. En ese sentido la historia argentina registra tres casos emblemáticos de los que fueron sus protagonistas otros tantos argentinos: Evita, el Che Guevara –aunque éste se produjo fuera de nuestras fronteras- y Roberto Santucho, cuyos cadáveres se convirtieron en objetivos de enorme trascendencia en el campo político-militar. Es cierto que las repercusiones de cada uno de esos casos han sido notablemente diferentes, pero la similitud se encuentra en que quienes escondieron los cadáveres de Eva, el Che y Santucho fueron militares y en hechos ocurridos en diferentes momentos y circunstancias. EL MIEDO A EVITA MUERTA Tras el golpe del 16 de septiembre de 1955, el temor de los militares ya no era el Perón que se refugiaba en la cañonera paraguaya sino el cadáver de Evita, depositado entonces en el edificio de la Confederación General del Trabajo. El temor de los militares estaba fundado en el creciente culto a la memoria de Evita, cuyo cadáver embalsamado permanecía en la central de los trabajadores y podía constituirse en la bandera de lucha para el regreso del peronismo al poder. El dictador Eduardo Lonardi quería destruir el cadáver, pero antes de que pudiera concretar ese objetivo, fue desplazado por su par Pedro Aramburu, quien optó por esconder el cuerpo de Evita. El cadáver desapareció en noviembre de 1955 y permaneció oculto en un cementerio de Italia durante dieciséis años, pero ni ese operativo de ocultamiento ni la destrucción de monumentos y retratos ni la proscripción del peronismo interrumpieron el culto que millones de hombres y mujeres siguieron profesando a Evita hasta nuestros días. AÚN BAJO TIERRA, EL CHE GUEVARA QUITABA EL SUEÑO A LOS MILITARES Asesinado en Bolivia el 9 de octubre de 1967 después de haber sido capturado un día antes, -herido de bala en una pierna-, el Che Guevara muerto se convirtió en una pesadilla para los militares. Hubo distintas posturas acerca de lo que debía hacerse con los restos del hombre que por entonces se había convertido en todo un símbolo de quienes luchaban contra las injusticias. Finalmente, la opción fue la de enterrar el cadáver en forma clandestina, manteniendo en secreto el lugar donde fueron enterrados sus restos. El secreto se extendió hasta que el 28 de junio de 1997, cuando un equipo de científicos cubanos encontró en Valle Grande, Bolivia, siete cuerpos enterrados clandestinamente en una sola fosa común, entre ellos el del Che Guevara. Los científicos cubanos contaron con el apoyo del Equipo Argentino de Antropología Forense que entonces dirigía Alejandro Incháurregui. El cadáver, de acuerdo con el informe del equipo, carecía de manos, registraba un alto contenido de formaldehído, y llevaba ropa y elementos compatibles con los que se supone que tenía al momento de ser enterrado (se encontró cubierto con una chaqueta que en uno de los bolsillos tenía una bolsa con picadura de tabaco de pipa). Hace unos años, Alejandro Incháurregui le contó a Chicha Mariani algunos detalles de la exhumación de los restos del Che. La tarea del equipo de científicos se estaba desarrollando en medio de un silencio sepulcral y con la presencia de varios canales de televisión y fotógrafos que querían registrar el histórico acontecimiento. Al llegar el momento de extraer la calavera del Che, el médico cubano que debía cumplir con esa tarea quedó como paralizado y sin articular palabra alguna. En voz baja, sólo perceptible para el médico cubano, Incháurregui lo instaba a recoger la calavera. Unos segundos más de silencio hasta que el médico cubano extendió sus manos hasta la calavera del Che y antes de recogerla pronunció tres palabras que le brotaron desde el fondo de su alma: permiso mi comandante. Aquella anécdota despertó en nuestra memoria unos versos escritos por el Che: “Mañana cuando yo muera/ no me vengáis a llorar/nunca estaré bajo tierra/soy viento de libertad”. LA CONFESION DE VIDELA SOBRE ‘ROBY’ SANTUCHO Veinte años después de la desaparición del cadáver de Evita, los militares argentinos que irrumpieron en el poder político se encontraron con la misma disyuntiva: qué hacer con los restos de Roberto “Roby” Santucho, el líder del Ejército Revolucionario del Pueblo abatido el 19 de julio de 1976 en un enfrentamiento con una patrulla militar dirigida por el capitán Juan Carlos Leonetti. Fue el propio genocida Videla quien confirmó aquella decisión cuando la jueza Martina Forns le preguntó a finales de abril si sabía o tenía conocimiento dónde están los restos de Santucho teniendo en cuenta el derecho de sus familiares a conocer el lugar donde fueron sepultados. Videla dijo que no sabía dónde estaban esos restos, pero que como comandante en jefe del Ejército él había decidido que era conveniente que no se conociera el lugar para evitar homenajes en razón de que no era una muerte común, ya que “Santucho no era Juan Pérez”. En verdad, el ocultamiento de los restos de Santucho formó parte de la metodología aplicada por los militares con la inmensa mayoría de las treinta mil víctimas del terrorismo de Estado, pero en el caso del jefe del ERP, era mayor la necesidad de mantener en secreto el lugar donde fueron depositados sus restos. Videla no lo dice con estas palabras, pero es evidente que los militares consideraban que el sólo hecho de difundir el lugar donde se encontraba el cadáver de Santucho podría configurar el disparador que mantendría vivo el pensamiento del líder guerrillero con las implicancias políticas que esa circunstancia podría generar. ¿Quién considera que puede saber dónde están los restos de Santucho?, preguntó la jueza. “Tiene que haber alguien más que lo sepa…cuando empezó esta investigación éramos tres los comprometidos: yo, Riveros y Verplaetsen” respondió Videla. Después del dato ofrecido por Videla a la jueza Forns, el próximo testimonio será el que dará el 24 de mayo el genocida Santiago Omar Riveros, quizás el represor que mejor conoce el lugar donde se encuentran los restos de Santucho. ¿Será capaz Riveros de develar el secreto sobre el lugar donde se encuentran los restos de Santucho o el miedo a un muerto le impedirá cumplir con ese mandato católico que manda a dar cristiana sepultura a los difuntos?
Entre El culto y el miedo a los muertos.
Por Juan Carlos Martínez
En todas las culturas y religiones el culto a los muertos nace con la propia historia del hombre. De la misma manera que se rinde culto a los que dejan el mundo de los vivos a través de los más variados ritos, el miedo a los muertos es un karma que suele rondar como fantasma por determinadas mentes humanas. En ese sentido la historia argentina registra tres casos emblemáticos de los que fueron sus protagonistas otros tantos argentinos: Evita, el Che Guevara –aunque éste se produjo fuera de nuestras fronteras- y Roberto Santucho, cuyos cadáveres se convirtieron en objetivos de enorme trascendencia en el campo político-militar. Es cierto que las repercusiones de cada uno de esos casos han sido notablemente diferentes, pero la similitud se encuentra en que quienes escondieron los cadáveres de Eva, el Che y Santucho fueron militares y en hechos ocurridos en diferentes momentos y circunstancias. EL MIEDO A EVITA MUERTA Tras el golpe del 16 de septiembre de 1955, el temor de los militares ya no era el Perón que se refugiaba en la cañonera paraguaya sino el cadáver de Evita, depositado entonces en el edificio de la Confederación General del Trabajo. El temor de los militares estaba fundado en el creciente culto a la memoria de Evita, cuyo cadáver embalsamado permanecía en la central de los trabajadores y podía constituirse en la bandera de lucha para el regreso del peronismo al poder. El dictador Eduardo Lonardi quería destruir el cadáver, pero antes de que pudiera concretar ese objetivo, fue desplazado por su par Pedro Aramburu, quien optó por esconder el cuerpo de Evita. El cadáver desapareció en noviembre de 1955 y permaneció oculto en un cementerio de Italia durante dieciséis años, pero ni ese operativo de ocultamiento ni la destrucción de monumentos y retratos ni la proscripción del peronismo interrumpieron el culto que millones de hombres y mujeres siguieron profesando a Evita hasta nuestros días. AÚN BAJO TIERRA, EL CHE GUEVARA QUITABA EL SUEÑO A LOS MILITARES Asesinado en Bolivia el 9 de octubre de 1967 después de haber sido capturado un día antes, -herido de bala en una pierna-, el Che Guevara muerto se convirtió en una pesadilla para los militares. Hubo distintas posturas acerca de lo que debía hacerse con los restos del hombre que por entonces se había convertido en todo un símbolo de quienes luchaban contra las injusticias. Finalmente, la opción fue la de enterrar el cadáver en forma clandestina, manteniendo en secreto el lugar donde fueron enterrados sus restos. El secreto se extendió hasta que el 28 de junio de 1997, cuando un equipo de científicos cubanos encontró en Valle Grande, Bolivia, siete cuerpos enterrados clandestinamente en una sola fosa común, entre ellos el del Che Guevara. Los científicos cubanos contaron con el apoyo del Equipo Argentino de Antropología Forense que entonces dirigía Alejandro Incháurregui. El cadáver, de acuerdo con el informe del equipo, carecía de manos, registraba un alto contenido de formaldehído, y llevaba ropa y elementos compatibles con los que se supone que tenía al momento de ser enterrado (se encontró cubierto con una chaqueta que en uno de los bolsillos tenía una bolsa con picadura de tabaco de pipa). Hace unos años, Alejandro Incháurregui le contó a Chicha Mariani algunos detalles de la exhumación de los restos del Che. La tarea del equipo de científicos se estaba desarrollando en medio de un silencio sepulcral y con la presencia de varios canales de televisión y fotógrafos que querían registrar el histórico acontecimiento. Al llegar el momento de extraer la calavera del Che, el médico cubano que debía cumplir con esa tarea quedó como paralizado y sin articular palabra alguna. En voz baja, sólo perceptible para el médico cubano, Incháurregui lo instaba a recoger la calavera. Unos segundos más de silencio hasta que el médico cubano extendió sus manos hasta la calavera del Che y antes de recogerla pronunció tres palabras que le brotaron desde el fondo de su alma: permiso mi comandante. Aquella anécdota despertó en nuestra memoria unos versos escritos por el Che: “Mañana cuando yo muera/ no me vengáis a llorar/nunca estaré bajo tierra/soy viento de libertad”. LA CONFESION DE VIDELA SOBRE ‘ROBY’ SANTUCHO Veinte años después de la desaparición del cadáver de Evita, los militares argentinos que irrumpieron en el poder político se encontraron con la misma disyuntiva: qué hacer con los restos de Roberto “Roby” Santucho, el líder del Ejército Revolucionario del Pueblo abatido el 19 de julio de 1976 en un enfrentamiento con una patrulla militar dirigida por el capitán Juan Carlos Leonetti. Fue el propio genocida Videla quien confirmó aquella decisión cuando la jueza Martina Forns le preguntó a finales de abril si sabía o tenía conocimiento dónde están los restos de Santucho teniendo en cuenta el derecho de sus familiares a conocer el lugar donde fueron sepultados. Videla dijo que no sabía dónde estaban esos restos, pero que como comandante en jefe del Ejército él había decidido que era conveniente que no se conociera el lugar para evitar homenajes en razón de que no era una muerte común, ya que “Santucho no era Juan Pérez”. En verdad, el ocultamiento de los restos de Santucho formó parte de la metodología aplicada por los militares con la inmensa mayoría de las treinta mil víctimas del terrorismo de Estado, pero en el caso del jefe del ERP, era mayor la necesidad de mantener en secreto el lugar donde fueron depositados sus restos. Videla no lo dice con estas palabras, pero es evidente que los militares consideraban que el sólo hecho de difundir el lugar donde se encontraba el cadáver de Santucho podría configurar el disparador que mantendría vivo el pensamiento del líder guerrillero con las implicancias políticas que esa circunstancia podría generar. ¿Quién considera que puede saber dónde están los restos de Santucho?, preguntó la jueza. “Tiene que haber alguien más que lo sepa…cuando empezó esta investigación éramos tres los comprometidos: yo, Riveros y Verplaetsen” respondió Videla. Después del dato ofrecido por Videla a la jueza Forns, el próximo testimonio será el que dará el 24 de mayo el genocida Santiago Omar Riveros, quizás el represor que mejor conoce el lugar donde se encuentran los restos de Santucho. ¿Será capaz Riveros de develar el secreto sobre el lugar donde se encuentran los restos de Santucho o el miedo a un muerto le impedirá cumplir con ese mandato católico que manda a dar cristiana sepultura a los difuntos?
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